Era un perro de tamaño mediano, que tenía por dueño a un jovencito de apenas ocho años.
El perrito se llamaba Joe y al oír su nombre, movía la cola y miraba hacia quien lo llamaba.
Su dueño se llamaba Federico y quería mucho a su compañero de juegos y de exploraciones por el parque cercano y al cual iban cuando su mamá lo permitía.
Joe había aprendido a traerle a Federico sus libros, cuadernos y lápices que tomaba delicadamente con su boca, valiendose de sus dientes. Se quedaba mirando cómo Federico realizaba sus deberes escolares. Los que veían al perrito tan atento a lo que realizaba Federico, decían que parecía como que Joe también estaba aprendiendo.
Un día, salieron al parque a jugar y Joe se distrajo debajo de un árbol, viendo las carreras de las ardillas por entre las ramas.
Llegaron personas extrañas que se acercaron a Federico y le ofrecieron caramelos y chucherías. Al principio Federico no quería acercarse, recordando que su mamá le decía que no debía aceptar nada de extraños. Pero las golosinas eran tentadoras y Federico no resistió mucho y se acercó a los extraños para tomar esas golosinas.
Tan pronto se les acercó, los extraños lo sujetaron y se lo llevaron.
Al darse cuenta de lo que estaba pasando, Joe corrió hacia el grupo ladrando fuertemente, de modo que llamó la atención de las demás personas y del vigilante del parque, que alcanzó a los extraños y rescató a Federico de sus manos.
El vigilante acompañó a Federico y a su perro Joe hasta su casa, entregándolo a su madre.
Por su parte, Federico nunca más desobedeció las órdenes de sus padres y Joe nunca más se desentendió de su amigo y dueño.
¿Que quién escribió esta historia?
Pues yo, mi nombre es Joe...
El perrito se llamaba Joe y al oír su nombre, movía la cola y miraba hacia quien lo llamaba.
Su dueño se llamaba Federico y quería mucho a su compañero de juegos y de exploraciones por el parque cercano y al cual iban cuando su mamá lo permitía.
Joe había aprendido a traerle a Federico sus libros, cuadernos y lápices que tomaba delicadamente con su boca, valiendose de sus dientes. Se quedaba mirando cómo Federico realizaba sus deberes escolares. Los que veían al perrito tan atento a lo que realizaba Federico, decían que parecía como que Joe también estaba aprendiendo.
Un día, salieron al parque a jugar y Joe se distrajo debajo de un árbol, viendo las carreras de las ardillas por entre las ramas.
Llegaron personas extrañas que se acercaron a Federico y le ofrecieron caramelos y chucherías. Al principio Federico no quería acercarse, recordando que su mamá le decía que no debía aceptar nada de extraños. Pero las golosinas eran tentadoras y Federico no resistió mucho y se acercó a los extraños para tomar esas golosinas.
Tan pronto se les acercó, los extraños lo sujetaron y se lo llevaron.
Al darse cuenta de lo que estaba pasando, Joe corrió hacia el grupo ladrando fuertemente, de modo que llamó la atención de las demás personas y del vigilante del parque, que alcanzó a los extraños y rescató a Federico de sus manos.
El vigilante acompañó a Federico y a su perro Joe hasta su casa, entregándolo a su madre.
Por su parte, Federico nunca más desobedeció las órdenes de sus padres y Joe nunca más se desentendió de su amigo y dueño.
¿Que quién escribió esta historia?
Pues yo, mi nombre es Joe...
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