• LA OCA DE ORO 2

    Ellas tenían que ir siempre siguiéndolo, de un lado a otro, subiendo y bajando, y todo a buen paso, porque Zonzín no se detenía ni un momento.
    A mitad de camino encontraron al cura, que al ver la comitiva empezó a gritar:
    –¿Adónde van, desvergonzadas, corriendo detrás del muchacho? ¿Les parece bien eso?
    Y se apresuró a detenerlas. Y mejor que no lo hubiese hecho, porque también él se quedó prendido a las otras tres.
    No tardó mucho en pasar el sacristán, que él quedó perplejo al ver a su párroco corriendo detrás de esa fila de chicas.
    –¡Eh! –gritó–. ¿Adonde va usted, señor cura? Recuerde que hoy tenemos un bautismo.
    Pero el cura parecía no hacerle demasiado caso y seguía corriendo y jadeando. En vista de eso, el sacristán se acercó, lo sujetó por la manga y... ya tenemos a otro más detrás de la oca.
    Así estaban las cosas cuando se acercaron dos campesinos que también intentaron liberarlos. Y así fueron ya siete los seguidores forzosos de Zonzín y su oca. 
    Así fue corno llegaron a una ciudad en la que había un rey muy preocupado porque tenía una hija tan seria que jamás reía. Tanto le preocupaba la seriedad de la princesa, que había anunciado que se casaría con ella el que fuese capaz de hacerla reír.

    Zonzín se dirigió al palacio con toda su comitiva a rastras. Cuando la princesa, que estaba asomada al balcón, los vio con esa pinta , que tenían todos, cayendo y levantándose tras la oca, no pudo resistir más y estalló en una carcajada que no se acababa nunca.

    Entonces Zonzín pidió al rey que cumpliera su palabra. Pero al rey ese muchacho le parecía muy poquita cosa como para ser su yerno. Así que le dijo que si no le traía a alguien que fuese capaz de beberse todo el vino de su bodega, no se podría casar.
    Zonzín pensó que tal vez el hombrecito viejo y arrugado lo ayudaría. Se fue al bosque, y en el lugar donde había cortado el árbol de la oca, encontró a un hombre sumamente triste.
    –¿Te ocurre algo? –preguntó Zonzín.
    –Me muero de sed y no hay nada que me sacie. Un barril de vino me he bebido, y como si nada. ¿Qué es una gota sobre una piedra ardiendo?
    –Ven conmigo –le propuso Zonzín.
    Y lo llevó al palacio. Al caer la tarde, el hombre ya se había bebido toda la bodega del rey.

    Pero esta prueba no fue suficiente para el monarca, que ahora le pidió a Zonzín que le trajese a un hombre capaz de comerse una montaña entera de pan.
    Zonzín volvió otra vez al bosque y en el mismo lugar de siempre encontró a un hombre que se apretaba fuertemente el cinturón mientras se lamentaba:
    –Me he comido una hornada entera de pan y es como si sólo me hubiese tragado una migaja. ¿Cómo podría yo saciar esta hambre que me roe las tripas?
    Y al decir esto se apretaba más y más el cinturón.

    Zonzín le indicó que lo siguiera hasta el palacio. Una vez allí, el rey mandó traer toda la harina del reino y cocer una enorme montaña de pan, convencido de que nadie sería capaz de comérsela. Pero el hombre se la había devorado entera a media tarde, sin dejar una sola miga para los pájaros.
    Zonzín exigió de nuevo la mano de la princesa, pero el tozudo rey aún quiso ponerle una tercera prueba a ver si la superaba.
    –Me has de traer un barco que pueda navegar por tierra y por mar. Y no vuelvas hasta que no lo encuentres.
    Zonzín volvió al bosque y allí se encontró con su amigo, el hombrecito viejo y arrugado.
    –He bebido y he comido por ti –le dijo el anciano– y te daré un barco como lo quiere el
    rey, porque un día fuiste bueno y compasivo conmigo.
    Y entonces le dio un barco que navegaba por tierra y por mar.

    Cuando el rey lo tuvo en su presencia, no pudo negarle por más tiempo la mano de la princesa. Y los dos se casaron entre grandes fiestas. Y cuando murió el rey, Zonzín heredó el reino y vivió años y años feliz con su mujer.

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