- Tintón ¿de qué color te gustaría que pintara tu cuarto?
- A mí me gusta el color amarillo. ¿Me lo dejas pintar a mí, mamá?
- No, querido. Mañana vendrá el pintor Manuel.
Al otro día llegó el pintor. Trajo un tarro de pintura amarilla, un pincel grande, un balde y una escalera.
- ¿Me dejará pintar un poco a mí? -pensaba Tintón.
Entretanto, Manuel se puso un gorro en la cabeza y empezó a pintar: Ssssssss el pincel para arriba. Ssssssss... El pincel para abajo. Y cantaba:
Yo soy el pintor Manuel, pinto con pintura, pinto con pincel...
Y caían gotitas amarillas por todas partes.
La mamá de Tintón rezongaba - ¡Ay, Dios mío! ¡Cuándo acabará de pintar este hombre! ¡Miren cómo ensucia toda la casa!... En cambio Tintón se divertía mucho. Apenas llegaba del Jardín de Infantes se ponía un gorro de papel y él también pintaba. Y cantaba:
Yo soy el pintor Tintón. Que pinto mi cuartito. Yo soy el pintor Tintón, con pincel chiquitito...
Un día Tintón volvió del Jardín y el pintor no estaba.
- Mamá, ¿y don Manuel?
- Ya acabó de pintar y se fue.
El pobre Tintón estaba triste. Caminaba por el patio sin saber que hacer. En eso oyó: - Chipit chipit...
Miró para arriba y vio un gorrión que le decía: - ¿No ves nada raro, Tintón? Entonces miró bien, y de pronto exclamó:
- ¡Ah, sí! El árbol tiene algunas hojas pintadas de amarillo. ¡Que suerte! Entonces va a venir el pintor Manuel para seguir pintando.
En eso oyó: - Riiiiing riiiiing...
- ¡Viva! ¡Aquí llega el pintor Manuel! -Y Tintón fue corriendo a abrir la puerta. Se encontró con un hombre que tenía una bolsa rara.
- Buenas tardes. ¿Qué deseaba, señor?
- Vengo para seguir pintando las hojas del árbol.
- Pero usted no tiene pincel. ¿Con qué va a pintar, señor?
- Yo pinto sin pinceles, pibe.
- ¡Ah! ¿Pinta con el dedo?
- No; yo pinto con lo que traigo en esta bolsa.
Y el hombre fue al patio con la bolsa.
Tintón pensaba: - ¿Qué habrá en esa bolsa? ¿Qué habrá?...
El hombre abrió una esquina de la bolsa y dijo:
Viento frío como la capa de tu tío, tienes que poner amarillas las hojas hasta que se caigan, flojas...
Y de la bolsa salió un silbido finito, finito... ssssssssss...
- ¡Ay, que frío! -dijo Tintón. Y fue adentro a ponerse una tricota. Cuando volvió al patio, vio que el hombre cerraba ese piquito de la bolsa, abría otra esquinita y decía:
Sol, solcito, tienes que ser apenas tibiecito.
A ver, saca un rayito y yo lo pruebo con mi dedito...
Y el hombre puso el dedo cerca de la bolsa
- Todavía es caliente... más tibio, sol... ¿A ver? ¡Ahora sí! -decía el hombre.
Y Tintón veía que de la bolsa salía un sol apenas tibio.
- Muy bien -dijo el hombre- ahora vamos a probar:
Viento frío, sal de la bolsa; sol tibio, sal de la bolsa, y de amarillo pinten las hojas.
Tintón, calladito, ¡miraba todo con unos ojos grandes así! De pronto vio que las hojas de los árboles se ponían más pálidas, más pálidas, y se doblaban un poco.
El viento soplaba: - Ssssssss, hojitas, a volar hojitas a volar... Y las hojas amarillas iban cayendo al suelo.
- Bueno -dijo el hombre de la bolsa del MOÑO- adiós, nene. Volveré mañana.
- Hasta mañana, señor -dijo Tintón. No se acercaba mucho porque pensaba: ¿Y si abre la bolsa y me pone amarillo a mí también y me hace caer al suelo?
Pero cuando el hombre estuvo en la calle, entreabrió un poquito la puerta, asomó la nariz y le preguntó despacito:
- Señor de la bolsa, ¿quién es usted? para decírselo a mi mamá, ¿sabe?
Entonces el hombre se dio vuelta, lo miró fijo, fijo, y le contestó con voz de viento:
Yo soy el señor Otoño que pinta sin pinceles con una bolsa con MOÑO lari laralí lará...
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